El nombre real de esta playa es Aguas Santas, pero es más conocido por el nombre que reciben sus acantilados cuando baja el nivel del mar, ya que muestra arcos y otras formas consecuencia de la erosión que recuerdan a la arquitectura de la catedral, de ahí su nombre más turístico.
Como en un principio no habíamos previsto este destino, nos aventuramos sin saber que para poder acceder a la playa debes de acceder con un pase que debes de haber comprado con anterioridad. Me quedé con las ganas de verlo con mis propios ojos, más que nada porque la bajada de la marea se producía por la tarde y nosotros fuimos por la mañana.
Al menos pude bañarme en otra de sus playas cercanas siguiendo un camino de madera. Nunca había visto algo igual, mar tan cerca de vegetación. En las fotografías no sé si se pueden apreciar, pero la vegetación era completamente verde y estaba adornada por flores naranjas y rosas. Para una amante de la naturaleza y del mar como yo, fue como una especie de orgasmo visual y sensorial. Parecían paisajes sacados de película o de países muy lejanos, pero nunca imaginé que para ver algo así solo tuviera que viajar al norte.
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